En su despacho, una pila de de folios amontonados, erigiendose en cúspide de la mesa, recogían los grandes problemas de los años precedentes y de la actualidad más inmediata. En ellos se contenían más de dos millones de muertes por cólera y demás enfermedades vanales en un occidente, enriquecido por arrancar sus entrañas, pero no único cirujano de miles de incisiones carentes de puntos y esterilización.
Se planteaba además, la necesidad de acabar con el analfabetismo, intentar crear mentes emprendedoras que hagan emerger de sus cenizas el país.
Terrorismo, guerras Civiles, pobreza, vivienda....millones de problemas más importantes que la construcción de una simple autovía.
No obstante, esa mañana había un tema trascendental. Sin dilucidar ese asunto sería inviable acometer cualquier otro, por lo que una vez más se vio obligado a dar carpetazo a las nimiedades pendientes y dar audiencia a esa Hereje de la educación, a la Blasfemia vestida de falda y creo que sin burka también.
Ella entró en la sala, tomo asiento en el aureo trono preparado para las visitas. Las piernas, trémulas, emulaban un redoble tamboril propio de temor ante el fallo en los grandes eventos. Sufriendo de taquicardia se enfrentaba a un tribunal sin justicia ni derecho. Pasó así tres largas horas. Los ojos del presidente, penetrantes, inyectados en sangre, clavados en su cara emitían venganza, crueldad,...!era la mirada de un ser impío!.
Su corazón se aceleraba aun más si cabe, apenas podía respirar, su pecho se contraía cada minuto que pasaba. El sudor regaba su frente y sus manos.
Cinco horas más tarde, al borde del infarto de miocardio, tras haber intercambiado una larga plática intentando excusarse, por fín hubo respuesta gubernamental:" !Venga va, perdonamos que le hayas llamado Alá, pero que no le vuelvan a poner el nombre los alumnos!...eso sí, eh, nada de Teletubis, que son maricones!.
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