Supongamos que un niño vive en un palacio. Evidentemente los servicios de los que dispone a título individual son los mejores. Un hogar en inmejorables condicones de higiene y un equipo sanitario propio, de inigualable calidad.
De repente, un día su padre se arruina porque se jugó todo el dinero en una partida de poker. Se trasladan a una chabola levantada sobre un sórdido suburbio de las afueras de la ciudad. El niño, que no ha desarrollado sus defensas cae enfermo y es hospitalizado.
En el servicio público de pediatría disponen de múltiples juguetes para que sus pacientes lleven la enfermedad con mejor ánimo y así recobrar cuanto antes su salud. El imberbe ingresado solicita al centro varios de esos artículos para pasar el tiempo, pues su estado febril le impide salir de la habitación.
Semanas más tarde, tras haber recibido antibióticos y haber utilizado los juegos prestados, es dado de alta. Sale sano de la institución sanitaria con una mochila en la que guarda todos los juguetes utilizados, gracias al préstamo del hospital. No piensa en que no son suyos, ni tampoco en el beneficio que puede reportar a otros niños el hecho de devolverlos.
El "gaznapirete" ya sanado, por suerte, recibe una herencia y vuelve a su antigua vida de multimillonario. Ya no necesita los objetos robados, pues puede permitirse adquirir los que quiera, pero piensa que es mejor resguardarlos en su casa, pues como niño que es, sólo piensa en su diversión.
No satisfecho del todo con su decisión, decide acudir de nuevo al centro donde le curaron. Una vez allí se acerca al jefe y le exige que los juguetes con los que se están beneficiando los demás niños enfermos sean vendidos y los ingresos generados por la venta repartidos entre él y su familia.
El jefe sin calibrar las consecuencias e ignorante de que existen niños sin juguetes en peor estado de salud que el exigente en el momento de su ingreso, decide obedecer la orden impuesta por el acaudalado "dictador".
No tiene sentido, ¿verdad?.
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